Hepburn Katharine. 1907. Hartfort, Connecticut. EE UU. Tenía un físico que se daba de bofetadas con los gustos de la época —gloriosa cara de pómulos agresivos, ojos vivaces, una delgadez erguida, dominante—, y a pesar de ello tuvo a su favor todo lo demás: un talento de actriz inconmensurable, una fuerza indómita, un arte para la seducción fuera de toda duda. Fue, y es, la gran mujer emancipada del cine americano, y también su personaje lo fue, aunque esa emancipación no rebasase en muchos casos los límites del gusto de Hollywood y la llevase a veces a papeles desagradablemente retrógrados —como en La mujer del año o en La costilla de Adán—.

Ha ganado más oscars como protagonista que actor o actriz alguna antes o después que ella, cuatro, el primero por Gloria de un día (1933, L. Sherman) y el último, ya anciana, por En el estanque dorado (1981, Rydell). Desde su debú, en 1932, en Doble sacrificio (Cukor), hasta 1984 (La última solución de Grace Quigley, A. Harvey), trabajó en multitud de películas, grandes comedias algunas, las mejores del género —La fiera de mi niña, 1939, Hawks; Historias de Filadelfia, 1940, Cukor—; otras menos, aunque muy populares —La reina de África, 1951, Huston—; en vehículos para la pareja que formó —dentro y fuera de la pantalla—con el gran Spencer Tracy —Keeper of the flame, 1942, Cukor; Adivina quién viene esta noche, 1967, Kramer—; en melodramas, algunos históricos como El león en invierno (1968, Harvey), otros de poderosa raigambre literaria (De repente, el último verano, 1959, Mankiewicz).