Lancaster Burt. 1913. Nueva York. EE UU. Acrobático —y no es un eufemismo: uno de sus primeros trabajos fue como acróbata circense, en pareja con el pequeño Nick Cravat, el inolvidable mudo de El temible burlón (1952. Siodmak)—, apuesto y elegante, con tendencia hacia la actuación mesurada, antes de llegar a Hollywood fue bombero y vendedor.

Su debú en el cine no pudo ser más espectacular: en Forajidos (1946, Siodmak) compuso un ejemplar delincuente por amor, y a partir de entonces transita con buen pie por el género negro, con interpretaciones notables como en Brute force (1947, Dassin) y en El beso de la muerte (1949, Siodmak). Pero no se quedó sólo ahí: actor prolífico, frecuentó la aventura (El halcón y la flecha, 1950, Tourneur), el melodrama (De aquí a la eternidad, 1953, Zinnemann), el western (Veracruz, 1954; Apache, 1954, Aldrich), el filme carcelario (El hombre de Alcatraz, 1962, Frankenheimer).

Comienza la década siguiente con uno de sus mayores éxitos de crítica y público, El fuego y la palabra (1960, Brooks, su único Oscar), y en 1963, a las órdenes de Visconti, realiza El Gatopardo. Sus filmes europeos no son muchos, aunque sí de fuste (Confidencias, 1947, Visconti; Novecento, 1976, Bertolucci). Ha dirigido dos películas: El hombre de Kentucky (1955) y El hombre de medianoche (1973). De sus trabajos en los ochenta destacan: Atlantic City (1981, Malle) y Un tipo genial (1983, Forsyth).