Mahoma, el mensajero de Dios | 1976

Biografía de  según el Corán. «El Corán» prólogo y traducción de J, Vernet.
El Corán Pejino.comMahoma, según refiere la tradición, nació en el año 570 d. J.C., fecha en la cual Abraha, gobernador abisinio del Yemen, marchó sobre La Meca montado en un elefante (105). Sin embargo, este dato debe ser mirado con prevención, pues, según fuentes fidedignas, nos consta que esta expedición tuvo lugar mucho antes. Por eso hay que situar su nacimiento alrededor del año 580, conforme ha demostrado el P. Lammens, aunque para ello la expresión umr con que se alude a Mahoma en el Corán (10:17) haya de ser tomada con un significado ligeramente distinto del habitual, pues aquí en vez de significar un cuarentón señalaría un Mahoma (i. e. el «alabado», nombre que, posiblemente, recibió ya en la infancia) pertenecía a los hachemíes, familia poderosa venida a menos (43:30).

A pesar de todo, en la época inicial de su predicación (c. 510), el prestigio de su clan era suficiente para salvaguardarle de las asechanzas de los infieles (11:93). Muy joven quedó huérfano (93:6), haciéndose cargo de su educación su tío Abu Ta-lib. Joven aún, casó con la rica Jadicha (93), que le doblaba la edad, y de la que tuvo varios hijos; todos, con excepción de Fátima, murieron muy jóvenes.

Entre los veinte y los treinta años Mahoma ayudó a su mujer en las tareas comerciales, pero no se sabe con certeza si llegó a ir personalmente a Siria acompañando las caravanas (37:137). Sea como fuere, hay un momento crucial en la vida de Mahoma al que llegó bien después de una larga evolución psiquicorreligiosa (Caetani), bien repentina e inesperadamente (Buhl) (44: 2 ss. y 97:1), al presentársele por primera vez la inspiración profética (2:181), al serle revelada la primera azora (96 o 74).
Cartel de la pelicula Mahoma, el mensajero de Dios

Cuando en los primeros tiempos se apoderaba de él la inspiración divina, estaba encapotado (74), envuelto en su manto (73) y parecía un poseso (machnún), un vaticinador (kabin) y un brujo (sahir). Para Teófano todos estos síntomas no eran más que el reflejo externo de un ataque de epilepsia. En esta situación, los relatos, las palabras que habían entrado a formar parte de su inconsciente, revivían de nuevo fragmentadas, deshilvanadas, deshilachadas, entrando a formar parte de una nueva vivencia que dejaba hondas huellas en su alma, incluso después del arrobamiento que, para él, era de una realidad incontestable (10:16, 20:113, 28:85 ss., 69:44, 75:16 ss.; cf. 7:202, 16:100), de un imperativo categórico ineludible (74:2, 96:1) durante el período mequí (80:1 ss.).

Para Mahoma estas revelaciones procedían de un libro divino, de un arquetipo guardado en el cielo (madre del libro, libro reluciente, etc.), al que sólo llegaban a conocer los puros (56:76, 85:21, 43:2 ss., 80:13). Él, personalmente, no llegó a leerlo, pero se le recitaron, en cambio, distintos fragmentos traducidos a la pura lengua árabe (12:2, 13:37, 20:112, 26:195, 41:2, 44:58, 41:44),  que, en conjunto, sólo representan una fracción del original (40:78, 4:162). Dios se lo comunicaba a trozos (75:16) por medio del Espíritu (26:193 ss., 16:104, 42:52) o de los ángeles (16:2, 15:8, 53:5 ss., 81:19 ss.). Sólo en una aleya mediní se especifica claramente que Gabriel es el encargado de la transmisión (2:91).

Esta revelación casi nunca va acompañada de visiones (8:45, 48:27), pero cuando así ocurre, como en el caso de la isrá (17:1), éstas de por sí constituyen un milagro. Entonces lo sustantivo no es lo oído, sino lo visto (53:10-11, 81:19). En estas circunstancias, alrededor del año 610 inició su predicación en La Meca. Al principio el único propósito de Mahoma consistía en llamar la atención de sus conciudadanos hacia el monoteísmo cantando las maravillas de la creación del hombre: sólo hay que pedir perdón a Dios por los pecados (33:11) y recitar frecuentes latanías de inspiración cristianohebrea hay que evitar el engaño,llevar una vida casta y no matar a la niñas recién nacidas (6:152, 17:33).

No quiere crear una nueva religión, sino ser el «profeta árabe» por excelencia, por encima de Hud y Salé (6:157, 28:46, 32:2, 34:43, 36:5). Mediante las revelaciones que recibe en forma de un Corán (lectura) claro, quiere ser un amonestador (51:50, 74:2, 79:45, 80:11, 88:21) que vuelva a conducir a la grey humana a la pureza de la primitiva religión encarnada por el hombre piadoso muslim, musulmán (68:35, 21:108) o hánif (10:105, 30:29, 98:4). En este aspecto su misión es ecuménica y, como tal, deben reconocerla judíos y cristianos (10:94, 16:45, 21:7, 28:52).

El principio de su misión no pudo ser más halagüeño (11:64): Jadicha fue el primer creyente y Abu Bakr, Zayd b. Harita, Zubayr b. al-Awwam, Talha h. Ubayd -. Allah, Abd al-Rahman b. Awf y Saad b. abi Waqqas siguieron poco después. Los primeros conversos eran, en general, pobres, pues los ricos, que temían que con la nueva religión se terminasen las peregrinaciones y la posición privilegiada de La Meca, rechazaron el nuevo credo (19:74, 34:30 ss., 38:62 ss., 73:11 ss., 80:1 ss.; cf. 7:73 ss., 11:29, 17:17, 26:111). El celo de Mahoma se exacerbó, y al tiempo que intentaba tranquilizar a los magnates garantizándoles la continuación de las prebendas de que gozaban (31:24, 39:39, 27:93, 28:57, 29:67, 106:1 ss.), iniciaba sus arremetidas contra la idolatría. La primera época, la de los éxitos iniciales, había terminado.

Los incrédulos empezaron a atacar a los musulmanes (85:10), intentando impedir sus rezos (96:9 ss., 7:84) con continuas amenazas (8:26, 30:26-38, 17:78; cf. 11:93), que posiblemente llegaron hasta la de la lapidación. Mahoma, seguro de sí mismo de estar en posesión de la verdad de su credo y de su religión vivía tranquilo (17:90), confiado en la estulticia de sus enemigos que, reconociendo la existencia del Dios creador, no acertaban a sacar la consecuencia lógica de tal premisa. Así, cuando les amenazaba con un castigo divino semejante al que habían sufrido otros pueblos ya desaparecidos, contestaban burlándose del Profeta y le incitaban a que apresurase la llegada del tormento (38:15, 70:5). Para refutarles afirmaba que Dios lo disponía todo (10:99, 32:12 ss., 35:9, 74:34). Sus adversarios, no sin lógica, retorcieron el argumento (16:37, 36:47).

La situación fue de mal en peor hasta el punto que algunos musulmanes prefirieron abandonar su patria antes que renunciar a su fe, y emigraron a Abisinia, país cristiano, monoteísta, que los acogió benévolamente. Sin embargo, Máhoma no dejó de ver en los emigrados una falta de carácter indigna de quien está seguro de poseer la verdad, de cumplir la misión que le ha sido encomendada por Dios en la tierra. Por esto, cuando años más tarde se reunieron a la comunidad islámica instalada en Medina, ésta los recibió fríamente.

Mahoma, ante tanta resistencia, quedó perplejo, y, por un momento, llegó a reconocer que la intercesión de los ídolos al-Lat, Uzza y Manat podía ser eficaz ante el Dios único. En seguida, se dio cuenta de que había sucumbido a las tentado mequí, largo, duro, llegó a tener momentos de tanta gravedad, en que faltó poco para que fuese asesinado. Únicamente la protección en bloque de su clan, el hachemí, dirigido por su tío Abu Talib, que, aunque pagano, sentía como buen árabe el vínculo de la consanguinidad, le valió.

Un tercer período se abre con la muerte de Abu Talib y de su esposa Jadicha. El desaliento se apoderó de Mahoma, y sólo la visión del viaje nocturno (17:1-62) le reanimó. ¿Adónde fue? Schrieke y Horovitz han querido probar que el «oratorio más alejado» es el de los ángeles, pues está situado en el cielo (7:205, 39:75), lo cual excluiría lógicamente las afirmaciones sentadas en otros lugares (6:35, 15:14 ss.). La tradición, casi unánimemente, cree que se trata de Jerusalén, y Stern, muy recientemente, ha expuesto su opinión de que la alega en cuestión hace referencia a la posterior emigración a Medina.

Es en este último período mequí cuando empieza sus ataques a los dogmas cristológicos (43:57 ss.). También ahora es cuando se opera la conversión de Limar, futuro califa. Abandonado por los poderosos, solo, sin recursos, Mahoma intentó propagar la buena nueva en Taif, importante ciudad en las inmediaciones de La Meca. Sus esfuerzos resultaro un nuevo fracaso y sólo se vieron compensados cuando algunos genios le reconocieron como enviado de Dios (46:28, 72:1). De nuevo en La Meca consiguió la protección de Mutim b. Adí, y entonces, desolado, pudo creer que la voluntad de Dios no era otra más que la destrucción de sus compatriotas (10:99, 43:89).

En esta situación no tuvo inconveniente en aceptar las proposiciones que los habitantes de Yatrib, después llamada Madinat al-nabí (La ciudad del Profeta), le hicieron para que fuese a vivir entre ellos como árbitro supremo de las tribus de Aws y Jazrach, divididas por viejas rivalidades que años antes habían conducido a la guerra de Buat. Por otra parte, Mahoma, con su religión monoteísta, representaba el enlace natural de los árabes medineses con las tribus judías de los Banu Qurayza, Qaynuqa y Nadir. Era, pues, de esperar que el Profeta supiera armonizar los intereses contrapuestos y condujera a los habitantes de Yatrib hacia un futuro mejor.

Mahoma, que hasta entonces jamás había pensado que su doctrina pudiera teñirse de un matiz político cualquiera, cambió de opinión ante la contumacia de sus compatriotas, y, abandonando la dialéctica (16:127), aceptó las dos convenciones de al-Aqaba (60:12; años 620 y 621). Desde este momento la suerte del Islam estaba echada. Los musulmanes coraxíes empezaron a emigrar en pequeños grupos, a los que poco después habían de reunirse Mahoma, Abu Bakr y Alí, que permanecieron hasta el último momento en La Meca, para no despertar las suspicacias de sus conciudadanos y facilitar así la marcha de sus correligionarios. En estas circunstancias Mahoma era un rehén que, en el último instante, escapó de las manos de sus carceleros (9:40). La huida (hégira) de la Meca tuvo lugar el 16 de Julio del año 622. Llegó a Medina el 24 de Septiembre (= 12 rabí del año 1). La fecha de partida ha sido tomada como origen de la era musulmana.

Yatrib se dividió en varios bandos. Una gran parte de los aws y jazrach aceptaron sinceramente a Mahoma como jefe. Éstos en adelante se llamaron cansar (defensores); a su lado estaban los coraxíes creyentes que habían emigrado en número de unos ciento cincuenta. En lo sucesivo recibieron el nombre de muhachirún (emigrados); un grupo influyente de medineses, dirigido por el indeciso jazrachí Abd Allah b. Ulbayy, aceptó al nuevo señor a regañadientes (munafiqún, hipócritas). Formando grupo aparte estaban los judíos, siempre despectivos con Mahoma, que contaban con la ayuda de las tribus de las inmediaciones, fuertemente judaizadas, y, sobre todo, con el apoyo de sus correligionarios de la floreciente Jaybar.

Los cristianos, poco numerosos, sin fuerza, se encontraban alejados dogmáticamente de la nueva religión, por los ataques cada vez más frecuentes de ésta a la cristología. Además, y a pesar de que Mahoma les tenía mayor simpatía que a los judíos (5:85, 57:27), contaban poco. Los primeros actos del nuevo jefe de Estado consistieron en dar medios de subsistencia a los emigrados: creó una fraternidad biunívoca entre éstos y los defensores, que se mantuvo en vigor hasta que el botín de la batalla de Badr dio medios propios a los primeros (33:6). Para limar asperezas se esforzó en organizar un Estado con libertad de cultos (8:58), en el que pudiesen subsistir los judíos.

Para atraerse a éstos adoptó algunas de sus formas culturales, y, así prescribió el ayuno asuró del 10 de muharram, que debió corresponderse con el judío de yom kippur (= 10 de Tisri) hasta el momento de la gran reforma calendárica, que hizo depender, en lo sucesivo, el cómputo musulmán del mes sinódico lunar (9:36-37); implantó la oración del mediodía (2:239) y las purificaciones que la preceden (4:96, 5:8), estableció la alquibla en la dirección de Jerusalén, pero, en ;cambio, mantuvo la oración pública del viernes, que, probablemente, había sido introducida antes de la hégira por Musab b. Umayr.

Estas buenas disposiciones iniciales tuvieron fin al iniciarse movimientos sincretistas que en modo alguno le favorecían (9:108). Sus concesiones no habían tenido el éxito que había esperado, y los neófitos de origen judío fueron escasos, aunque de positiva influencia en el posterior desarrollo del Islam. Los continuos ataques de los judíos, la incesante polémica en torno de la Biblia, libro considerado sagrado por ambas religiones, en la que Mahoma no llevó la mejor parte, le indujeron a poner fin a sus concesiones (8:58) y a arremeter contra aquéllos. Dada la especial, pero sincera, concepción que el Profeta tenía de la «técnica» de la revelación, no le fue difícil justificar el cambio de posición.

A los reproches que le dirigían por los pocos conocimientos de que hacía gala cuando se trataba de la Biblia, contestaba afirmando que los judíos sólo habían recibido una parte del Libro (4:47, 3:115) y algunas leyes contingentes (4:158, 6:147, 16:119); a semejanza de San Justino II o de Liebermann, les acusaba de haber suprimido fragmentos de sus escrituras (2:39) y haber añadido otros (2:56, 5:16, 7:162); además decía que, al recitar la buena dicción (3:72, 4:48) premeditadamente.

Todo ello hacía que, en suma, no tuviesen más idea del texto que si fuesen asnos cargados de libros (62:5). Los judíos no se atrevieron o no supieron refutar a Mahoma, y éste, sin fuerzas suficientes para castigarlos por las continuas burlas de que era objeto, rompió con ellos y esperó el momento propicio (3:117, 4:48). Por otra parte, pasó a considerarse como el último Profeta, como el sello de éstos (33:40) que había sido anunciado por Jesús (6:6, 3:75). En este período tiene plena conciencia de su misión ecuménica (2:107), y, en pos de la realización de sus fines, pone todo su empeño y reafirma los elementos típicamente árabes y a los que, en el período mequí, sólo había aludido.

Así, ahora es cuando dirige la alquibla hacia La Meca (2:136-145), puesto que ésta es una ciudad sagrada (2:119) a la que debe irse en peregrinación (3:90 ss.), el viernes debe celebrarse la oración en común, aunque no hay obligación de descansar, puesto que Dios no tuvo necesidad de hacerlo una vez terminada la creación (50:37, 62:9 ss.). Rompiendo ya del todo con los judíos, sustituye la asuró por el ayuno de ramadán (*2 181), cuyo origen tal vez se encuentre en los ritos maniqueos.

Este nuevo cuerpo de doctrina no representa, en el ideario mahometano, sino un paso más hacia la restauración de la religión de Abraham, el gran hanif (6:79), ,que no fue ni idólatra, ni judío, ni cristiano (2:129, 3:60); él y su hijo Ismael fueron los fundadores del santuario de La Meca que debe ser purificado (2:118 ss., 22:27) para que los musulmanes puedan cumplir en él los ritos de la peregrinación (22:25 ss).

Estos últimos extremos implicaban la introducción, en el Islam, de un elemento de carácter religiosopolítico comparable al que informaba el ideario cristiano de la época de las cruzadas, y que, como éste, amenazaba desencadenar la guerra con los infieles. La guerra constituía el ideal supremo de Mahoma, puesto que con ella iba a infligir a los incrédulos mequíes, por propia mano, el tormento con que reiteradamente les había amenazado. Sus partidarios se mostraban reacios a admitir la predicación por medio de la espada, o, cuando menos, no estaban dispuestos a pasar a vía de hecho; unos, porque el tratado de Agaba era meramente defensivo; otros, porque no estaban dispuestos a luchar con sus hermanos.

Mahoma reaccionó reforzando en primer lugar su poder personal, y luego, más tarde, provocando la guerra, que nadie, ni coraxíes ni mediníes, deseaba (2:212, 92:39). Empezó por prescribir que los creyentes debían obedecer a Dios y, por consiguiente, a su Enviado (3:3, 4:17 ss. 5:93, 24:51, 60:12). Quienes fuesen reacios tendrían como refugio el Infierno (9:64), puesto que el Profeta representa a Dios, y en él hay que confiar (48:9, 64:8), ya que Dios y los ángeles son sus protectores (66:4). Su posición privilegiada se nota en las prebendas que reivindica (24:62, 49:2 ss., 24:63 ss., 58:13 ss.; cf. 33:53 ss.).

Así las cosas, una patrulla mahometana facilitó el casus belli. En pleno mes sagrado de rachab atacó una caravana en Najla, mató a uno de los viajeros y regresó a Medina con importante botín. La ciudad, indignada, injurió a los bandoleros. Mahoma dejó desahogarse a los descontentos, y luego, justificando el ataque, les espeto el versículo 214 de la azora II. En definitiva la indignación no duró mucho tiempo, pues cuando en ramadán del año 2 (= 625) anunció una algazúa que iba a mandar personalmente, se inscribieron numerosos voluntarios.

Abu Sufyán, que desde Siria se dirigía a La Meca, al enterarse pidió refuerzos, de modo que, al principiar el combate (8:43) la caravana estaba defendida por fuerzas tres veces superiores a las de los musulmanes, quienes, en el momento inicial, vacilaron (8:5 ss.). Mahoma recalcó que la voluntad de Dios exigía la lucha, y de esta manera consiguió la victoria de Badr El tío del Profeta, al-Abbas, fue hecho prisionero, y aquél, gracias a su triunfo, pudo probar la supremacía del Dios único de los musulmanes (8:17, 3:119).

De nuevo en Medina, expuso su programa de gobierno (8:58 ss.), y sintiéndose ya suficientemente fuerte para atacar a los judíos, emprendió el asedio de las fortalezas de los Banu Qaynuqa. Los hipócritas no lograron oponerse con energía, y los restantes hebreos no supieron auxiliar a sus correligionarios, quienes, vencidos, se vieron forzados a emigrar a Transjordania. Inmediatamente después se alió con los beduinos de las inmediaciones de Medina, para evitar sorpresas desagradables.

Al año siguiente los coraxíes enviaron un fuerte ejército al mando de Abu Sufyán, quien iba decidido a resarcirse de la derrota de(Badr). Mahoma, inferior en número, rechazó los consejos que se le dieron para que se encerrase en la ciudad (3:148), y presentó batalla en Uhud. Había decidido ya el combate a su favor, cuando los arqueros que protegían su flanco, ávidos de botín, ábandonaron sus puestos desobedeciendo las órdenes del Profeta. Inmediatamente el gran estratega Jalib b. al-Walid aprovechó el desorden que esa maniobra ocasionó entre las filas de los creyentes para invertir el signo de la lucha. Éstos huyeron a la desbandada, y corrió la voz de que Mahoma había muerto (3:138). Afortunadamente no fue así, y éste, con ligeras heridas, pudo retirarse a Medina, mientras que por su parte los coraxíes, incapaces de explotar el éxito, se volvían a La Meca.

La derrota animó a sus enemigos, judíos e hipócritas. Las revelaciones que recibió corno justificación (3:114 ss) no bastaron para devolverle la posición privilegiada que hasta poco antes había ocupado: los judíos renovaron sus burlas, y los beduinos se mostraron amenazadores. Entonces, volviéndose contra los primeros, asedió y venció a los Banu Nadir; al ser expulsados, dejaron sus riquezas en manos de Mahoma (59:6-7).
Las mayores dificultades internas tenían su origen en la asistencia cotidiana de los fieles a las tertulias de los incrédulos y de los hipócritas, para beber y jugar. Por ello, poco a poco, fue poniendo trabas sucesivas (:16 69, 4:46, 2:216, 5:92 ss.), que terminaron por impedir la asistencia de los creyentes a las bodegas.

Estas disposiciones le permitieron reforzar de nuevo su autoridad e iniciar una serie de ataques contra los coraxíes, que llevaron a éstos, instigados por los Judios de Jaybar, a formar una gran coalición contra el señor de Medina. Un poderoso ejército fuerte de diez mil hombres (en número parece exagerado) intentó ocupar la sede del Islam en pleno invierno (33:9). Los hipócritas, perplejos, no se decidieron a traicionarle abiertamente, y los judíos fueron demasiado lentos en sus maquinaciones (33:10 ss.).

Mahoma, se dice que por consejo de Salman de Fars, personaje destinado a tener un papel importantísimo en el posterior desarrollo del Islam, mandó construir un foso delante de las partes indefensas de la ciudad, y mientras el sitio languidecía, se aliaba con los Gatafán y sembraba cizaña entre los coaligados. La inclemencia del tiempo y las intrigas del Profeta llevaron a éstos a levantar el asedio, y Mahoma, dueño ya de la situación, expulso de Medina a los últimos judíos que en ella quedaban: los Banu Qurayza. Éstos, al capitular, esperaban conseguir las mismas condiciones quelós Banu  Nadir, gracias a la intercesión de los aws. Se equivocaron (59:3).

Dispuesto ya a imponer su voluntad en la Península, continuó sus ataques a las caravanas coraxíes, y sometió una a una a las tribus beduinas. En una de sus algazúas contra los Banu Mustang, su esposa favorita, Aisa, hija de Abu Bakr, y única mujer virgen con la que se había casado, quedó rezagada y fue acusada de adulterio. Mahoma, sin saber qué decidir, rogó a Dios que le auxiliase a solucionar el caso (24:420). La premura con que Dios atendió a sus súplicas hizo exclamar a la interesada: «Parece que tu Señor se apresura a obedecer tus plegarias».

En La Meca se iba formando un estado de opinión que cada día le era más favorable (48:25, 60:7). Los comerciantes, que con la continua guerra no experimentaban más que pérdidas y que, por otra parte, se daban cuenta perfecta de que la nueva religión no les despojaba de la posición privilegiada que tenían, pues mantenía en su casi integridad los ritos tradicionales, empezaron a pensar seriamente en la manera de poner fin a las rapiñas de los musulmanes mediante un pacto con ellos.

Precipito los acontecimientos una visión que tuvo Mahoma, y en la que se le mandó ir en romería (umra) a los lugares santos (48:27). La romería tenía la ventaja de no constituir una peregrinación solemne, y facilitaba, al Mismo tiempo, la ruptura del estado de equilibrio a que habían llegado las fuerzas contendientes. Como temía encontrar resistencias, invitó a los beduinos de las inmediaciones de Medina a que le acompañasen. Rehusaron (48:11 ss.), y entonces, renunciando a una expedición armada, emprendió la marcha como simple romero. En Hudaybiyya tropezó con el ejército coraxí.

Iniciadas las negociaciones y para salvar los escollos que en ellas surgían, envió a La Meca a Utmán. Días después se extendió entre los romeros la voz de que su embajador había sido asesinado; Mahoma los reunió debajo de un árbol, los arengó, hizo que le jurasen fidelidad y, sobre todo, que combatirían hasta el último hombre (48:10). Antes de llegar a las armas se desmintió el rumor y se firmó el tratado de Hudaybiyya, en que se estipulaba que en el año siguiente Mahoma podría celebrar la visita de los lugares santos sin inconvenientes de clase alguna. Al mismo tiempo se concertaba un armisticio de diez años entre creyentes e incrédulos. Mahoma, conforme exigía el ritual, hizo inmolar eñ el campamento rada había causado entre sus compañeros, con la ocupación de la ciudad de Jay-bar y la sumisión de los hebreos de Wadi-I-Qura (48:18-21).

Estas últimas conquistas enriquecieron a los musulmanes y permitieron implantar la legislación por la que en lo sucesivo debían regirse los pueblos que estuviesen en posesión de un libro revelado (ahl-al-kitáb)
El principio mequí de que en la religión no puede haber constricción (16:126), quedaba contrabalanceado por el de la preeminencia del Islam (3:79, 9:33, 61:9), principio que, en definitiva, constituye el término del raciocinio lógico iniciado ya en los primeros tiempos de su misión al presentarse como el restaurador de la religión primitiva de Abraham e Ismael. Si los cristianos y los judíos habían alterado su religión, lógico era que lo reconociesen y regresasen al culto primitivo, puro.

El hombre, descendiente de Adán y criatura de Dios, debía volver a su Creador y rendirle culto; todo buen musulmán quedaba obligado a predicar el retorno a la religión verdadera, que de esta manera pasaba a tener un carácter ecuménico. Fundándose en el Corán (6:90, 12:104, 21:157, 34:27, 38:87, 68:52, 81:27, 3:90, 22:25), la tradición ha querido deducir la existencia de una serie de embajadas musulmanas dirigidas a algunos de los soberanos contemporáneos de N’ahoma.

Esta época marca la aparición de un sistema de discriminación dentro de la nueva sociedad teocrática: en lo sucesivo Mahoma sólo pactará de igual a igual con los correligionarios, no así con las restantes comunidades; si éstas no admiten el Islam, deben quedar capitidisminuidas y pagar unos impuestos especiales prescritos directamente por el jefe del Estado musulmán, quien en estas circunstancias puede rebasar el marco asaz estrecho del azaque. El contacto con los persas del Bahrayn y del Uman agudizó el problema.

Mahoma, en su nuevo ideario, se inclinó a considerar a los judíos y cristianos como idólatras (9:29 ss.); pero, en un estadio ligeramente más avanzado, al ver la humildad de los monjes a la que anteriormente había combatido (57:27), afirmó la superioridad del cristianismo sobre las restantes religiones (5:85). La aparente discrepancia queda resuelta, como ha hecho notar Tor Andrae, si se tiene en cuenta su innata simpatía para con los nestorianos, quienes en esa fecha estaban ya refugiados en la Persia sasánida; en cambio, inicialmente, parece que trató más a los monofisitas, que siempre le fueron antipáticos, al igual que los judíos.

Estas diferencias afectivas desaparecieron borradas por la legislación única con que reguló sus relaciones con las gentes del libro, y entre las cuales, por razones de índole política, incluyó a los parsis: al tiempo que les exigía el pago de una contribución especial, la chizya, para poder vivir en los territorios dominados por el Islam (dar-al-islam), les hacía algunas concesiones proforma, como es la de admitir el matrimonio de sus hijas con varones musulmanes. En marzo del año 629 tuvo lugar la peregrinación estipulada en Hudaybiyya, portantes personajes, así Amrb. al-Asi y el hábil general Jalid b. al-Walid. Al retirarse dejaba en la ciudad santa a al-Abbas y a Abu Sufyán, que ya intrigaban descaradamente en su favor.

De nuevo en Medina emprendió una expedición contra los árabes vasallos de Bizancio, pero fue contenido en Muta. El auxilio que prestaron los coraxíres a los bekríes, enemigos de los juzraíes, que a su vez estaban aliados con los musulmanes, le dio pretexto para romper la convención de Hudaybiyya y marchar sobre La Meca (9:12 ss.), en abril del año 629. Abu Sufyán, enviado a detenerle, se convirtió al Islam, y la ciudad no tuvo más remedio que capitular. La alegría más absoluta embargó el alma de Mahoma (48:1 ss.), quien, dispuesto a atraerse a sus conciudadanos, dio un nuevo destino al azaque (9:60).

Las fuerzas infieles que aún quedaban en la Arabia Central hicieron un esfuerzo supremo para escapar al nuevo señor del Hichaz, pero fueron derrotadas en la decisiva batalla de Hunayn (9:25 ss.), después de la cual el Profeta puso sitio a Taif y, si bien no consiguió ocuparla, poco después sus ciudadanos abrazaban espontáneamente el Islam. En el reparto del botín de esta expedición favoreció de manera tan inequívoca a los mequíes, que los defensores no pudieron por menos que quejarse. Las explicaciones del Enviado fueron tan hábiles y elocuentes, que consiguió que éstos, con lágrimas en los ojos, diesen por bueno todo lo que había hecho.

Después de despachar numerosas embajadas, se dispuso, en el otoño del año 9, a vengarse de la derrota de Muta. Empezó a reclutar tropas para marchar hacia el norte, pero las dificultades internas, cada día mayores, cristalizaron en una resistencia tenaz, y hábil (9:58-73), que tendió a evitar, esta vez con bastante éxito, el alistamiento de voluntarios: beduinos, hipócritas y defensores se mostraron reacios a partir (9:45, 56:84-91). Además, sus enemigos, entre ellos Abu Amir Abd Amr, fundaron una nueva mezquita (9:108 ss.). A pesar de todo, Mahoma partió y llegó hasta Tabuk, en el limes bizantino. Aquí recibió el vasallaje de los príncipes cristianos del norte de Arabia, v. g. Yuhanna de Aila, y el de los habitantes de Adruh y Makna. Jalid b. al-Walici ocupó Dumat al-Chadwal..

En Medina fue mejorando, entretanto, la situación. Murió el jefe de los hipócritas, Abd Allah b. Ubayy, y por otro lado los beduinos empezaron a sometérsele en bloque. Todas estas circunstancias le permitieron dejar definitivamente esbozado su ideal politicorreligioso. En adelante iba a existir una comunidad basada únicamente en la religión. Sus miembros serían hermanos entre sí (9:11, 49:10 ss.) y entre ellos no habría más diferencias que las que la piedad estableciera (49:13).

Se daba cuenta de que el Corán tendría que ser el código fundamental que regulase la vida de los fieles, y, por consiguiente, había de desarrollar su parte legislativa; no ignoraba que muchos conversos habían abrazado el Islamismo por convenir así a sus intereses (49:14), y que, por tanto, una vez él faltase o se resquebrajase el edificio tan laboriosamente construido, iban a ser ellos los primeros en intentar derribarlo. Estas preocupaciones le impidieron realizar la peregrinación solemne a La Meca en los años 8 y 9. En este último envió a Abu Bakr en representación suya, y éste proclamó el principio de la tara, es decir, que en lo sucesivo sólo entrarían en La Meca los musulmanes. A los idólatras se les concedía un plazo de cuatro meses para convertirse o prepararse para la guerra sin cuartel que iba a desencadenarse.

En el año 10 Mahoma se sintió suficientemente poderoso para dirigir personalmente la peregrinación como dueño indiscutible de Arabia y como restaurador de la religión de Abraham (2:119 ss.). Esta peregrinación solemne, única que pudo realizar, se conoce con el nombre de peregrinación de despedida. De nuevo en Medina, se enteró de la sublevación de numerosas tribus que aseguraban tener entre sus miembros un profeta; así, Musaylima, Tulayha al-Aswad, etc. Preparando la campaña murió de fiebres el 13 de rabí I del año 11 (= 8 de junio de 632).

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